Está claro que el software libre pretende romper todo tipo de barreras, físicas y psicológicas. El octavo motivo es el de potenciar la no discriminación. Hace tiempo que se terminó el sistema de clases y vivimos en una sociedad en la que todos somos iguales. La llegada a la escuela de personas de muy diferentes orígenes, razas, ideologías o formas de pensar ha implicado el esfuerzo por parte de la comunidad educativa de integrar todos los elementos para llegar a un objetivo común. La no discriminación es un principio imperante en nuestra sociedad y la escuela tiene un papel clave en todo ello, un papel integrador para que ningún niño se sienta diferente en función de su color de piel, de su religión, de su lengua… El software libre refuerza esta virtud integradora, ya que no hace distinciones de ningún tipo. Con él se puede enseñar a cooperar con la comunidad y va más allá de cualquier frontera. El software libre no tiene límites, está dirigido a la comunidad internacional y la cooperación es absoluta, sin distinción de orígenes o títulos, sin diferenciar edades o nivel social. El software privativo discrimina de alguna manera a las personas, ya que no todas pueden pagar las licencias (separando a los que sí pueden de aquellos que no tienen recursos), no es posible modificar nada para personalizarlo en función de las características de cada cual (y debemos seguir los dictados de la marca, lo que hace la mayoría, sin pensar en las diferencias que existen en nuestro entorno, alejando a aquellos para los que ese software no se ajusta porque tienen necesidades especiales), es delito copiarlo (excluyendo así la posibilidad de compartir y discriminando a aquellos que no lo tienen)… Está, en definitiva, en manos de unos pocos su conocimiento, dejando al resto excluido. Al contrario que el software libre, que nació con el propósito de integrar a todo el mundo.
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